sábado, 5 de septiembre de 2009

Un sábado a fines de invierno

Desde la tarde sabatina, quieta, tibia, lenta, con un mar que mece las nubes en su seno gris y anaranjado, observo pasar las hojas que el viento ha dejado caer. La música de Loreena McKennitt, algo triste, nostálgica me llena el alma de añoranza.
Es grata la sensación de existir en un nido de calor y amistad, amor y alegría, de paz y ternura, cuando se escucha el lamento constante de las relaciones rotas, sufrientes y dolorosas de quienes me rodean.
El sabor perfumado de esta sensación, alegra mi corazón, las flores del jardín y las que se encuentran en cada rincón de mi hogar, me observan con su suave perfume, me llenan con sus colores dorados y amarillos.
Las tranquilas reflexiones que pasan por mi mente se refieren a la distancia, a la capacidad de observar y entregar paz, de caminar por el mundo, sin estar en él. Las largas noches de invierno solo fueron pequeñas distracciones en un camino hacia la meta que ya es visible en el horizonte, una preparación para la soledad del camino futuro a seguir.

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