miércoles, 4 de septiembre de 2013

Historia familiar

Hoy he descubierto la página donde se encuentra algunas de las generaciones de los ancestros de parte de mi madre Germana, aquí la comparto:
http://issuu.com/fsauvageot/docs/sofa24oct

Es interesante e ilustrativo conocer parte del árbol genealógico, las fotos solo muestran caras pálidas, lejanas y no nos dicen nada del sufrimiento, dolor, alegrías y momentos vividos.

jueves, 6 de junio de 2013

Estimados profesores, alumnos, amigos todos

Es un momento interesante, el detenerse a examinar lo que han sido 43 años  de trabajo en mi Alma Mater, la Universidad Técnica Federico Santa María
Digo interesante, porque no sé cómo explicarlo, por un lado alegría y satisfacción por los años vividos intensamente, por otro, un dejo de nostalgia por aquello que me hubiera gustado participar y no lo hice.

La vida es así, por un lado luz y por otro la oscuridad.
No voy a hacer un balance de los logros, ni recomendaciones para los que vienen; cada generación tiene su afán y es su responsabilidad vivirla intensamente.

Si recordaré, a quien me inspiró a ser profesor de esta Universidad, el profesor Denis Jurenak, nuestro profesor de Física en 3° y 4° año de Universidad. Él fue quien con su alegría, entusiasmo, entrega y amistad, me inspiró a continuar su legado. Estando nosotros en 5° año de Universidad,  este distinguido profesor muere y me corresponde hablar en su funeral en representación de sus alumnos, en mi rol de Vicepresidente de la Federación de Estudiantes, y no sé cómo, en ese discurso, me comprometí a seguir sus pasos.
Aquí estoy entonces después de haber cumplido  esa promesa. Es tarea de ustedes  evaluar los resultados.

Sin embargo, no quiero dejar de dar una mirada, acerca de mi paso por esta querida Universidad. Será una mirada anecdótica, desde las emociones.
Después de haber terminado mis estudios en la Escuela Naval y realizado el viaje de guardiamarina en la Esmeralda, ingresé a esta institución a estudiar Ingeniería civil electrónica. El primer año me encuentra en un curso donde electricistas y electrónicos teníamos 4 años en común.

La universidad me atrajo desde que expresé mi inquietud por saber más, por analizar, descubrir, desmenuzar.  Pude ingresar a ella, sin tener recurso alguno, ya que mi padre había fallecido recientemente. Federico Santa María dejo su legado de modo que nosotros los estudiantes, teníamos educación gratis; más tarde ingreso al internado, por lo que teníamos ropa, alimentación y educación gratis.
Nuestra educación entonces no solo era la sala de clases, sino que las largas conversaciones donde estudiantes de todos los cursos, especialidades y edades, aprendíamos unos de otros.  Este crisol era además alimentado por fuerte presencia de la iglesia comprometida, de los foros políticos y culturales, además de las actividades deportivas.

En el mes de mayo del mi primer año los estudiantes llaman a una asamblea general y nos reunimos todos (en esa época nadie pensaba en no participar) para debatir y posteriormente votar si habría paro o no. Con mi formación militar y poco conocimiento de la realidad social, recuerdo que me pareció lo más natural levantar la mano y expresar mi opinión. Resultado, me aplastaron con argumentos, que para entonces, no me convencieron. Sin embargo me permitió aprender que los argumentos no bastan por sí mismos, si no están acompañados de la acción o ejemplo.
Esto me motivó a explorar el mundo que no conocía, ese mundo que queda fuera de la familia, o del entorno cercano, el mundo de aquellos que necesitan y no se expresan. La posibilidad y oportunidad para conocer era infinita, solo era necesario atreverse.

Más tarde, ya en el tercer año, después de participar en cuanta organización existía, ya era parte de la federación de estudiantes, donde curiosamente doy inicio a la librería después de asistir a un remate de aduana donde se remataban muchos libros técnicos que compro, así se inicia lo que fue más tarde él lugar donde se vendían textos de estudio copiados y otros importados directamente.
Al año siguiente 1967, se inicia la gran huelga que duró 6 meses, donde tuve el rol de jefe de la toma. Esos meses nos enseñaron el valor del compañerismo, la responsabilidad, la solidaridad (los pescadores nos entregaban pescados y los feriantes verduras), la creatividad necesaria para sobrevivir esta aventura y el accionar político para obtener éxito en nuestras peticiones.

Posteriormente paso a ser miembro estudiantil (con derecho a voto) de lo que hoy se llama Consejo Superior y vicepresidente de la federación de estudiantes.
Al inicio de mi 6° año soy contratado como profesor del Departamento de Electrónica y me uno al grupo que establece una comunidad cristiana en el cerro Ramaditas de Valparaíso. Esta aventura la he leído ya en diversos escritos,  en algunos  mitificada en otros vilipendiada,  para nosotros era una oportunidad de ser consecuentes y honestos, de servir y a la vez construir. Una época rica en aprendizaje y amor por el otro expresado en nuestro accionar. A la vez una época de aprender a vivir con muy poco.

El año 72 obtengo una beca y viajo con mi familia a realizar estudios de postgrado en EEUU, lo que me salva de seguir la misma suerte de todos mis compañeros: el exilio.
Ese periodo, rico en acciones sociales, largas conversaciones en el internado acerca del mundo, de lo humano y lo divino, fueron años que me llenaron de amor por la Universidad, por su forma de mirar el mundo, por su ser dialogante, por su energía estudiantil comprometida con los demás.

Esa inquietud permanente por realizar acciones que transformen el mundo en que nos movemos, me llevó a ocupar diversos cargos en esta institución, para finalmente decidir estudiar  un postgrado en psicología analítica y el año pasado terminar  un segundo perfeccionamiento, esta vez en psicología sistémica familiar. Mi tarea futura es ayudar a otros a través del apoyo psicológico.
Para finalizar deseo en esta ocasión reflexionar sobre aquello que hoy, desde mi historia, es lo más relevante.

Al crecer, las personas aprendemos la borrosidad de nuestros conceptos sobre el bien y el mal, nos volvemos más relativos y flexibles. La grandeza humana y la verdadera compasión no vienen de sentirnos buenos, sino de sabernos malos e imperfectos, de amarnos y amar con ello. Es a través de lo imperfecto que somos iguales a los demás. Quien se siente mejor o más justo, siembra como consecuencia inevitable cierta violencia. En el fondo, todo maltrato interpersonal crece de una semilla muy simple: alguien en su fuero interno dice: “soy mejor o peor que tú”. El escenario en el que se fermenta la violencia requiere bailar una danza en la que unos interpretan el papel de perseguidores (soy mejor que tu), otros el de víctima (soy peor que tu) y otros el de supuestos salvadores (soy el mejor que ambos).
El sufrimiento es siempre una falta amorosa hacia algo o hacia alguien o hacia nosotros mismos.

Seng Tsan, tercer patriarca de la Escuela Chan, origen de la Escuela Zen, nos dice: “Apártate de todo pensamiento y no habrá lugar al que no puedas ir”. Esto lo podemos entender como que los pensamientos son la materia prima de nuestras limitaciones, porque nos seducen con tanta fuerza que los tomamos por la realidad y nos alejan de nuestro ser esencial.
Antoine de Sait. Exupery nos dice: “He aquí mi secreto – dijo el zorro -, es muy simple: no se ve bien, sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”

San Agustín lo expresa diciendo: “la felicidad consiste en el proceso de tomar con alegría lo que la vida nos da (esta es la felicidad por algo, la de ganar, que nos expande) y soltar con la misma alegría lo que la vida nos quita (esta es la felicidad por nada y expande a la vida y a los demás; es una felicidad espiritual).
Por lo tanto la felicidad es una ecuación que combina dos variables.

·        La primera consiste en empeñarse, arriesgarse y apostar por la vida con todas nuestras fuerzas, siguiendo la dirección de lo que nos mueve, de lo que nos importa, de la consecución de nuestros sueños y deseos. Esta es la alegría de expandirse a través de logros y realizaciones.

·        La otra variable tiene que ver con nuestra capacidad para sintonizar y navegar con los propósitos de la vida, aunque no encajen con nuestros deseos personales. Entonces le abrimos la puerta al invitado de honor, que es la vida como actúa, se manifiesta y es.
Ser discípulos de la realidad exige disponibilidad para encarar el dolor, algo que a todos nos cuesta. Aquel que llamamos yo, quisiera que todo lo desagradable no le rozara, utiliza todas las artimañas y posiciones existenciales posibles para para defenderse del lado sufriente de la vida. Sin embargo, no podemos dejar de vivir.

Dolor solo es dolor, todo lo que hacemos para evitarlo es más que eso, es sufrimiento; el que nos encoge en lugar de expandirnos. Todos edificamos con buenos argumentos nuestro sufrimiento, lo recubrimos con buenas razones, lo defendemos con trincheras intelectuales y emocionales muy razonables, acudimos a lo que nos hirió y nos pasó (por lo menos a lo que recordamos de ello) para justificarlo. Siempre tenemos razón. Pero cuanta más razón creemos tener, mas sufrimos.

Cuando tenía 15 años me hice esta pregunta: “¿Quién soy yo?” escribí un largo ensayo que leí en un acto de fin de año en la Escuela Naval, en mi rol de presidente de la Academia de Letras; me valió un arresto.
A lo largo de los años esa pregunta guío mi camino de búsqueda espiritual, senda que no voy a narrar, pero que mi familia y mis amigos conocen en parte, esa indagación hizo que me lanzara de lleno a experimentar su respuesta. Hoy puede decir lo siguiente al respecto:

El sabio hindú Ramana Maharshi proponía mantener constante esta pregunta, a modo de eco en todo nuestro ser, como ejercicio de indagación para acceder a la verdad interior definitiva.
Confrontada con esa pregunta, la persona suele responder inicialmente de una manera automática y periférica a su verdadera naturaleza.  Contesta acerca de aquello que cree que es, de los conceptos con que se identifica, de su manera de ser, de posición social o de roles, contesta con atributos acerca de sí mismo.

Es el auto concepto  o identidad histórica y conceptual.
Esta identidad es el conjunto de vivencias físicas, emocionales y mentales, valores e identificaciones, rasgos, creencias y características, a través de las cuales nos reconocemos como individuos singulares. Vienen de nuestra historia personal, de nuestras experiencias, aprendizajes y cultura, códigos de nuestra familia de origen y de nuestro grupo cultural.  Constituye lo que llamamos yo, y se manifiesta en expresiones del tipo “Yo soy…”

En general, defendemos esa entidad que llamamos yo o ego (nuestra red de identificaciones), tratamos que se abra camino sin heridas y sin que se la cuestione. Tratamos de preservarla porque es lo que nos identifica, y nos ha ayudado a posicionarnos  en la vida. Es lo que creemos nos concede un lugar en el mundo. Es la trama de una identidad con sentido del tiempo, con pasado y futuro, cristalizada y previsible.
El objetivo de esta pregunta  ¿Quién soy yo? Es descubrir que no es posible encontrar una identidad definitiva e inamovible, que el mundo de las identificaciones, las vivencias y las formas están en constante movimiento. Todo cambia y todo se mueve. Nuestros pensamientos y sentimientos van y vienen, nuestras conductas son cambiantes. Nuestros roles carecen de la fuerza de una identidad realmente esencial.

Descubrimos que el yo es una fabulación de la mente, aunque la experimentamos como muy incuestionable.
Para Juan Garriga, la respuesta final a la pregunta ¿Quién soy yo? Nos remite a una experiencia trascendente y espiritual: ser en estado puro, con independencia de las formas que toma nuestro vivir. Ser en estado puro, tanto si somos buenos o malos, hombres o mujeres.  

Ser quienes somos y conocernos apunta por lo menos a dos vertientes.
·        Una trascendente, en la que somos algo que nos iguala y contacta con la fuente de la vida, con independencia de sus registros. Es la vertiente espiritual. Es el Ser. En ella estamos confiados y entregados a algo más grande que el yo.
·        La otra es la vertiente de la identidad que encarnamos en el mundo, de la personalidad que creamos y necesitamos para vivir. En ella nos sentimos seres individuales con fecha de nacimiento, filiación, pertenencia, conciencia de yo, proyecto y destino de vida, e idea de un final personal del que no sabemos  fecha ni hora, pero del que tenemos clara certeza. En esta identidad conviven la esperanza, la alegría y el anhelo, junto con la tristeza y la desesperanza. Es el espacio de las preferencias y de los sentimientos. Es la trama del vivir y del responsabilizarse de la propia vida.

La mejor identidad, y por lo tanto el mejor vehículo, es aquel flexible, adaptable y conectado a los requerimientos y necesidades de la realidad, del momento y de sus contextos. En ajuste creativo con el entorno, tal como lo expresa la terapia Gestalt.
La principal tarea en la vida es extenderse en todas las direcciones, reconocerse en todas partes. Esto es crecimiento. Muchas veces es necesario cambiar y salir de los estrechos límites marcados por la identificación con ciertas características de nuestra personalidad para lograr el desarrollo deseado. La vida requiere fuerza en ciertos momentos y contextos y debilidad en otros. Ternura tanto como dureza. Inteligencia para ciertas cosas, ignorancia y torpeza en otras. 

Respondida parcialmente esa pregunta me queda ahora reflexionar sobre mi futuro.
El haber transitado desde las ciencias de la ingeniería a las ciencias sociales, con la misma mirada sistémica, me ha permitido entender que en el mundo, todos los seres humanos estamos conectados, no existen fronteras reales, somos todos parte del mismo ente físico. Al estudiar y practicar la terapia sistémica he sentido y palpado aquello que es invisible a los ojos.

La transición hacia un mundo mejor pasa por mi transformación, una transición con muchos retrocesos como dirá alguno, sin embargo mi camino es hacia una senda de servicio para ayudar a otros a ser más flexibles y amorosos.
Muchas gracias a todos por haber sido mis maestros en algún momento: Alumnos, profesores, compañeros de trabajo, compañeros de las diversas asociaciones en las que he participado, compañeros de pesca, colegas, hijos y nietas.

Finalmente y no menos importante, gracias a mi compañera  que me ha iluminado el camino del servicio a los demás.